Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado el 8 de Julio del 2024.
Para los progresistas sociales, la revolución sexual fue uno de los mayores logros en la historia de la raza humana. Por fin (proclaman los revolucionarios sexuales), la sexualidad podría disfrutarse fuera del marco de las creencias religiosas anticuadas que no habían hecho más que inducir una culpa paralizante y robar a generaciones de los placeres de la sexualidad. En el corazón de la revolución sexual está el principio de que todos los comportamientos sexuales, como asuntos puramente privados, están fuera del alcance del juicio público.
El “consentimiento” es el único criterio que debe cumplirse. Fuera de esto, todo vale. Si a alguien le resulta placentero realizar un comportamiento particular, entonces no hay base para criticarlo, siempre y cuando el comportamiento no cause daño manifiesto a otra persona y no se le imponga a otra persona sin su consentimiento.
La pornografía no es simplemente el decir: “es mi cuerpo, mi elección”.
Es difícil exagerar cuán radical es esta desviación de la comprensión cristiana de la sexualidad y de la ética en general, que entiende que el cuerpo y la sexualidad poseen un significado profundo e intrínseco. “La sexualidad no es algo puramente biológico”, proclama el Pontificio Consejo para la Familia, “sino que concierne al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación física tiene su propia verdad y alcanza su pleno significado cuando expresa la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte”.
Sin embargo, para la mente moderna hay algo profundamente atractivo en la idea de que “libertad” significa simplemente tener la capacidad de realizar cualquier comportamiento que queramos, sin que nadie imponga estándares externos de “significado”. En cambio, la persona individual elige o descubre significado por sí misma.
“Mi cuerpo es mi elección” es un principio que los progresistas sociales consideran fundamental y aplican a algo más que la cuestión del aborto. Este principio justifica todo, desde los llamados progresistas a despenalizar las drogas duras, hasta el “derecho” a someterse a cirugías mutilantes en nombre de la “transición” a otro “género”, o el “derecho” a dedicarse al llamado “trabajo sexual”.
Si hay un tema que los progresistas sociales ven claramente como un caso en el que la privacidad y la elección prevalecen sobre el juicio moral, es el de la pornografía. Como tal, sirve como un caso de prueba fascinante para este principio en acción.
Durante décadas, los progresistas sociales han argumentado que ver pornografía es un comportamiento completamente privado que no causa ningún daño manifiesto a nadie. Mientras la pornografía que se está viendo haya sido producida por compañías que obtuvieron el consentimiento de los “actores” y “actrices”, entonces no hay base alguna para criticar este comportamiento sexual, el más privado de todos.
Por lo tanto, es interesante que cada vez se encuentren más casos de activistas y comentaristas de izquierda que expresan profundas dudas sobre hasta qué punto la pornografía ha permeado nuestra cultura. Muchos de ellos están descubriendo (para su sorpresa) que, lejos de ser un asunto “privado” y sin sentido, la pornografía tiene profundos impactos no sólo en sus usuarios, sino en toda la sociedad.