Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado el 15 de abril del 2024.
Cualquiera que se haya tomado el tiempo de leer algo de la gran literatura de la época pagana se sorprenderá rápidamente con algo: si bien muchos de los autores paganos antiguos parecen tener un fuerte sentido de propósito moral, sin embargo, a la vida humana a menudo se la trata de manera sorprendentemente ligera.
Mientras uno lee La Ilíada y la Odisea, por ejemplo, los cadáveres se amontonan. Uno de los epítetos utilizados por Homero para el personaje de Odiseo es el de "asaltante de ciudades", es decir, un hombre famoso por su capacidad para asaltar una ciudad y robar los bienes de los residentes, mientras mataba a los hombres y esclavizaba a las mujeres y a los niños. De hecho, en un momento del texto, Odiseo se jacta abiertamente de haber hecho precisamente esto.
La venida de Cristo y la expansión del cristianismo claramente no extinguieron la tendencia humana hacia la barbarie y la violencia. Incluso la cristiandad se vio a menudo dividida por guerras brutales. Y, sin embargo, una de las fuerzas más poderosas que atrajo a los primeros conversos al cristianismo fue la forma radicalmente diferente en que los primeros cristianos se trataban no sólo entre sí, sino también con los extraños, incluidos (de hecho, especialmente) los débiles y vulnerables.
Aquellas personas que la sociedad pagana consideraba más inútiles y prescindibles fueron precisamente aquellas sobre las que los primeros cristianos derramaron expresamente sus atenciones. Desde el principio los cristianos no sólo gastaron inmensos recursos en rescatar y cuidar a los niños abandonados, sino también a los enfermos, los moribundos y los esclavizados o encarcelados.
Lo hicieron basándose en una convicción inquebrantable de que cada ser humano posee una inmensa “dignidad humana”, una dignidad que tenían simplemente en virtud de ser un ser humano hecho a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27, Catecismo, Nros. 356 y 1702). Además, esta dignidad era algo que nadie podía quitarles y que nadie podía perder, independientemente de lo que hubieran hecho o de cualquier otra característica que pudieran tener.