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Reflexión navideña sobre Lucas 1:26-38

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Adolfo J. Castañeda, MA, STL
Director de Educación de VHI

Este pasaje no es propiamente sobre el nacimiento de Jesús, sino sobre su Encarnación, también llamada la Fiesta de la Anunciación, que la Iglesia celebra el 25 de marzo de cada año, nueve meses antes de la Navidad. Sin embargo, nos ha parecido apropiado reflexionar sobre esta escena del Evangelio porque sin la Encarnación de Jesús en el seno de María no habría Navidad. Además, dicha reflexión arroja luz sobre la importancia de la causa provida. Después de todo, antes de nacer, Jesús pasó nueve meses en el vientre de María.

La primera verdad que observamos en este pasaje evangélico es que en él aparece por primera vez en la Biblia la revelación de la Santísima Trinidad. El Arcángel San Gabriel, cuando María pregunta cómo será posible que ella sea la madre de Jesús, le responde: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo [Dios Padre] te cubrirá con su sombra [señal de la presencia de Yahveh guiando a Su Pueblo fuera de Egipto, ver Éxodo 13:22]; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (v. 35). De manera que aquí tenemos, por primera vez y de manera explícita, la revelación de la Santísima Trinidad, y la primera persona humana en recibir esa revelación, la más importante de la religión cristiana, es María.

La segunda verdad que observamos es que Jesús es concebido en el seno virginal de María por obra del Espíritu Santo. Es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo Eterno, se encarnó, por la acción del Espíritu Santo, en el vientre de María. La Encarnación es el hecho inefable de que la “Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Juan 1:14). El Hijo de Dios tomó carne de María para hacerse hombre y habitar entre nosotros. El Verbo Eterno asumió una naturaleza humana: un alma y un cuerpo humanos. Jesus es una persona divina que ha asumido una naturaleza humana. Por eso es Dios y hombre al mismo tiempo. Es una sola persona (divina) con dos naturalezas: una divina y la otra humana. Unidas perfectamente, pero manteniendo su distinción.

Esta segunda verdad nos conduce a una tercera: María es Madre de Dios. María concibió, llevó en su seno, dio a luz, amamantó y cuidó de Aquel que es inseparablemente Dios y hombre en la única persona divina del Hijo de Dios. María es la Teotokos, que en griego significa “la que lleva o porta a Dios”, como lo definió el Concilio de Éfeso en el año 431. Este dogma en realidad se deduce y depende del hecho de que, como ya hemos señalado, Jesús es una sola persona (divina) con dos naturalezas: una humana y otra divina. Y no dos personas: una divina y la otra humana, como los herejes que este Concilio refutó intentaban decir, alegando equivocadamente que María era madre de Cristo pero no de Dios. La propia Santa Isabel, prima de María, a quien ésta visitó después de este pasaje, la saludó llamándola “la Madre de mi Señor” (v. 43). Ahora bien, la palabra “Señor” en este contexto es un título divino. Por lo tanto, Santa Isabel, que en ese momento estaba llena del Espíritu Santo (v. 41), reconoció que la criatura que María llevaba en su seno era Dios mismo.

Una cuarta verdad que vemos en este pasaje es que María es la “llena de gracia” (v. 28) tal y como el Arcángel San Gabriel se lo dijo en su saludo. Si María está llena de gracia, eso quiere decir que está sin pecado. La Iglesia, reflexionando larga y profundamente sobre la Palabra de Dios llegó a la conclusión de que María fue concebida sin pecado original, gracias a los méritos de Cristo. Por ello, la Iglesia celebra la Fiesta de la Inmaculada Concepción en honor a María cada 8 de diciembre, dogma que fue proclamado por el Papa Pío IX en esa fecha el año 1854.

Una quinta verdad que podemos deducir de este maravilloso pasaje es que Dios ha bendecido  el vientre virginal de María y en cierto modo el de toda mujer. Por ello, el seno materno es sagrado y nadie tiene derecho a prostituirlo o, peor aún, a destruir la vida humana que en él se esté gestando. Esta verdad tiene una dimensión práctica: todos debemos respetar y cuidar la vida humana no nacida y la maternidad. En el siguiente pasaje a este sobre el cual estamos reflexionando, vemos cómo María “se levantó y se fue con prontitud” a casa de su prima Santa Isabel (vv. 39-40) para ayudarla durante sus últimos tres meses de embarazo. María se enteró de que su prima llevaba seis meses de embarazo gracias al anuncio del Arcángel San Gabriel (v. 36). De manera que, en vez de quedarse ahí embelesada a causa de la experiencia religiosa que había tenido, se puso en camino rápidamente para ayudar a su pariente. Esta acción de María es un bellísimo ejemplo para todos nosotros, para que, después de pasar tiempo con Dios, salgamos a servir a nuestros hermanos, y, en particular, a las mujeres embarazadas que necesitan ayuda o incluso que están siendo tentadas por el demonio del aborto.