Adolfo J. Castañeda, MA, STL
Director de Educación de VHI
Este relato aparece en Mateo 2:13-23. La primera verdad que encontramos es que Dios obra a través de la estructura familiar que Él mismo ha establecido (ver Efesios 5:22-25). Avisado en sueños por un ángel, José, cabeza de la Sagrada Familia, toma al Niño y a María y huye a Egipto, para salvar a Jesús de la matanza ordenada por Herodes (ver Mateo 2:13 y 16). Según el Antiguo Testamento (AT), Egipto era un frecuente lugar de refugio (ver Génesis 12:10 y 46:4; 1 Reyes 11:40 y Jeremías 26:21) y también allí había grandes colonias judías durante los tiempos del Nuevo Testamento (NT).
La segunda verdad que aprendemos es que Jesús es, en su propia persona, la plenitud y cumplimiento del AT. En efecto, a la muerte de Herodes, la Sagrada Familia regresa a Israel (ver Mateo 2:14-15, 20-21). Este acontecimiento cumplió la profecía de Oseas 11:1: “De Egipto llamé a mi hijo”. Claro, en su sentido original, este pasaje profético se refiere a la salida o éxodo del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto en tiempo de los faraones siglos atrás. Pero Mateo ve un paralelo entre el pueblo de Israel, a quien Dios llama su “hijo primogénito” (Éxodo 4:22) y Jesús el Hijo Eterno “primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Los “muchos hermanos de Jesús” no son sus hermanos carnales, pues no tuvo ninguno, sino todos aquellos que, al aceptarlo en sus vidas, son rescatados por Él del pecado (ver Romanos 8:28-30). Recordemos que la Iglesia nos enseña el dogma de la virginidad perpetua de María (ver Catecismo, nos 499-500).
La tercera verdad que contemplamos en este pasaje es que Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés, pero superior a este último. Primero, las vidas de ambos son amenazadas desde su infancia por parte de gobernantes crueles (ver Éxodo 1:15-16). Segundo, ambos fueron salvados por la intervención de un miembro de la familia, Jesús por José y Moisés por su hermana (ver Éxodo 2:1-10). Tercero, ambos encontraron protección por un tiempo en Egipto (ver Éxodo 2:5-10). Cuarto, ambos regresaron a sus respectivos lugares de origen luego de sus respectivos exilios (ver Éxodo 4:19). Quinto, ambos ayunaron durante 40 días en lugares agrestes como preparación para sus respectivos ministerios (ver Éxodo 34:28 y Mateo 4:1-2). Y sexto, a ambos Dios los envió a promulgar Su Ley: Moisés los Diez Mandamientos (ver Deuteronomio 5:1-21) y Jesús la plenitud de esos Mandamientos en su propia persona y en su Sermón de la Montaña (ver Mateo, capítulos 5-7), donde expone la Nueva Ley Evangélica.
Avisado en sueños por un ángel de la muerte de Herodes y de que regresara a Israel, José obedeció de nuevo con prontitud y tomó al Niño y a su Madre y regresó a Israel (ver Mateo 2:20-21). Pero luego se enteró de que el también cruel Arquelao, hijo de Herodes, estaba gobernando en Judea. Entonces, también avisado en sueños, decidió irse con su familia más al norte, a Galilea, a un pueblo poco conocido llamado Nazaret (vv. 22-23).
La cuarta y última verdad que queremos contemplar en este pasaje es que lo que no es importante a los ojos de los hombres sí lo es a los ojos de Dios. Aquí la Biblia nos dice que “esto [la infancia y vida oculta de Jesús en Nazaret] sucedió para que se cumpliera lo que dijeron los profetas: que Jesús sería llamado nazareno” (v. 23). Sin embargo, Nazaret ni siquiera es mencionado en el AT y, de hecho, los judíos del NT tampoco lo consideraban importante (ver Juan 1:46).
Parece que Mateo combinó y resumió el mensaje de varios profetas acerca de la palabra hebrea “netser”, que significa “rama”, y su similitud con “Nazaret”. En Isaías 11:1, el profeta usa la imagen de una rama que brota de un tocón, para significar la esperanza en el rey David y su descendencia. La gran dinastía de David había sido tronchada por el Exilio Babilónico a causa de los pecados de Judá (alrededor del 600 AC). Pero Isaías profetizó el regreso glorioso a Israel y la continuación de la realeza davídica (ver Isaías, capítulos 40-55 y también Jeremías 23:5 y 33:14-16, y Zacarías 3:8 y 6:11-13). Jesús es el nuevo árbol (la Cruz) que da vida eterna, si bien nació en un pequeño pueblo de Judá: Belén, y pasó sus primeros treinta años en un oscuro pueblo de Galilea: Nazaret. Y es que lo que es carente de importancia a los ojos de los hombres es grande a los ojos de Dios.
Aquí hay una gran lección para los que defienden la vida de los nacidos. Esta causa ciertamente es despreciada con hostilidad en el mundo de hoy, especialmente por parte de los medios de difusión. Incluso, a veces hasta dentro de la misma Iglesia encuentra indiferencia y falta de colaboración. Pero, de nuevo, ningún defensor de la vida se debe desanimar, pues lo que es despreciable para el mundo es de gran importancia para Dios. Después de todo el mismo Cristo se humilló para salvarnos, pero luego Dios lo exaltó por encima de todo (ver Filipenses 2:5-11).
Nota: Gran parte de la información que contienen estos artículos fue tomada de “Ignatius Catholic Study Bible New Testament”, segunda edición católica de la Revised Standard Version, 2000, págs. 9 y 11.